Bajo, guitarra y batería. Sin pelo. Sin amplis a la vista. Sin ningún tipo de artificio. Crudeza sonora y lemas claros, ácidos y directos, los de la ristra de canciones que los asistentes -talluditos la mayoría- se conocían de pe a pa. Ilegales no defraudó a sus seguidores en su concierto de despedida en el FIB Heineken, un gesto de la organización cargado de simbolismo, como el de los mensajes incendiarios y punks de su líder, Jorge Martínez, curiosamente uno de los músicos más fotografiados de la zona VIP el viernes por la tarde.

Ilegales es uno de esos escasísimos grupos que, a base de coherencia y honestidad, ha logrado hacerse con un buen número de fieles a pesar de haber estado casi siempre fuera de tendencias, circuitos, de lo establecido. Su concierto en Benicàssim fue un ejercicio de nostalgia en toda regla, pero de ese tipo de nostalgia que deja una sonrisa de oreja a oreja a un montón de gente, sin espacio para la melancolía. Canciones rock reconocibles, de todas las épocas de los Ilegales, sencillas, gamberras y divertidas, que a más de uno le remitieron al tipo con cara de conejo que le devuelve el espejo.