Falta una semana para el FIZ. Love of Lesbian anuncia vía e-mail su concierto del 7 de noviembre en la Sala La Riviera de Madrid. «Nos vemos antes, en Zaragoza», contesto. «¡Genial! Siempre y cuando Mogwai nos deje algo de decibelios en los amplis…», replica Santi Balmes, cantante de la banda catalana, cuya presencia en el cartel fue una de las razones que me llevó a la capital aragonesa en plenas fiestas del Pilar.
Fue una profecía. Los escoceses iniciaron la ‘Maldición del Guitarrista de la Derecha’. Arrasaron con el equipo y John Cummings se quedó mudo en la última canción. El ampli dijo basta. Stuart Braithwaite detuvo a la banda. ‘Stop and go’. Remiendo y, a petición popular, volver a empezar para culminar una actuación contundente y envolvente. Después se subieron al escenario Los Planetas y a Florent le pasó lo mismo; J tuvo que cederle su instrumento mientras intentaban rescatar el sonido en la parte diestra del escenario. Y, para acabar la noche, Jordi Roig, guitarrista de Love of Lesbian se quedó a oscuras en algunos momentos. Al menos ellos ya estaban avisados…
El IX Festival de Música Independiente de Zaragoza se celebró los días 9 y 10 de octubre en la Sala Multiusos del Auditorio. Primer error. El recinto puede servir para muchas cosas, pero no para albergar este tipo de conciertos. Por dos motivos: cuando los decibelios se disparan, la acústica chirría; y cuando llega el turno del intimismo, la falta de educación del público desespera. Una sala de conciertos no es un bar y escuchar a Rufus Wainwright o a Russian Red con un incesante murmullo de fondo ofende a cualquier amante de la música.
El cartel, mal distribuido, ofrecía dos propuestas interesantes pero antagónicas: potencia el viernes y morfina el sábado. Del estreno sobresalió, sin duda, Mogwai. Un concierto de los escoceses es una experiencia única, aunque espero que no irrepetible. Nunca fui capaz de escuchar, de principio a fin, alguno de sus discos, pero estoy ansioso por verles de nuevo en directo. Me atraparon. Demuestran que se puede decir todo sin apoyo vocal. Juguetean con los vatios como el barcelonista Xavi con el cuero: pausa e intensidad justo en el momento preciso. Como si fuera sencillo. Cada pieza provoca una punzada en las entrañas de las entrañas. Te atrae, te envuelve y te transporta a todo tipo de sensaciones, casi siempre melancólicas. Para quien quiera saber qué tocaron, aquí va su lista de canciones.
El inicio de la jornada fue más que prometedor gracias a The Sunday Drivers. Los toledanos están en un momento dulce y en breve aterrizan en Castellón (7 de noviembre, Sala Opal de Gran Casino Castellón). Perdérselo sería un pecado. Sus dos últimos discos, Tiny Telephone (Mushroom Pillow/Naïve, 2007) y The End of Maiden Trip (Mushroom Pillow, 2009), son dos joyitas de las que, además, surtieron su repertorio («Do it»,»My plan», «(Hola) To see the animals»…). En directo crecen aún más, con tablas, complicidad con el público y una técnica depurada. Les tocó actuar a las 22.00 horas y, pese a ello, reunieron a un buen puñado de fieles. Aunque el reventón llegó con Los Planetas. Los granadinos citaron a 4.000 personas en un cubo con sólo tres puertas y sin salidas de emergencia (al menos yo no las vi) para destapar su lado más ‘lolailo’, justamente con el que menos coincido, incluida la versión de un tema de Manolo Caracol («Romance de Juan de Osuna»).
Por fin llegaron los clásicos («Un buen día», «Santos que yo te pinté» o «Segundo premio») a la par que la guitarra de Floren se quedaba muda. Una pena, vamos. Si a ello añadimos que, a la mala acústica de la sala, se unió una mala sonorización desde la mesa (ya no sólo por los acoples, sino porque a J se le oía y entendía perfectamente cada palabra; ver para creer), el resultado es una actuación digna, pero lejos de la que mostraron en el último FIB. Como me suele pasar con ellos, una de cal y otra de arena.
Y para irse a dormir con la satisfacción del deber cumplido, a gozar al son de Love of Lesbian, que comenzaron pasadas las 2.35 de la madrugada. «Gracias por estar aquí; estas son horas de estar fornicando», espetó el siempre incorrecto Balmes. Como de costumbre, te quedas con ganas de más. Sólo tengo un problema con ellos: nunca aciertan el que, para mí, sería su repertorio ideal, aunque cada vez estoy más convencido de que lo hacen para que continúe acudiendo a sus conciertos. Ya van unos cuantos. Y habrá más.
Presentaron 1999 (o cómo generar incendios de nieve con una lupa enfocando la Luna) (Warner Music, 2009), su último trabajo (realmente bueno), y repasaron el anterior, Cuentos chinos para niños del Japón (Naïve, 2007), que será difícilmente superable, y otros ‘clásicos’ más antiguos, siempre de su ‘era castellana’ («Los niños del mañana'», «Houston, tenemos un problema»). Empezaron con «Allí donde solíamos gritar» e incluyeron la preciosa «Incendios de nieve» y la para mí sobredimensionada (pues han compuesto temas infinitamente mejores) «Club de fans de Jonh Boy», «Me amo»… Eché de menos «Universos infinitos», «Un día en el parque» o «La parábola del tonto», que considero imprescindibles.
Aunque siguen mejorando y cada vez, a golpe de gira tras gira, son una banda más compacta, no destacan precisamente por su virtuosismo instrumental. Ni falta que les hace. Melodías preciosas e historias bien cantadas y mejor contadas, aunque no deja de ser la opinión de un fan.
La jornada del sábado fue más rara. Apenas 2.000 personas en la hora punta del día del ‘intimismo’, mientras fuera de la Multiusos toda Zaragoza acababa con las existencias de vino con la bendición del pregonero Labordeta. A Mark Eitzel le vi poco: llegué tarde, pero él acabó antes de lo previsto, quién sabe si por enfrentarse a un recinto medio vacío. Después llegó Rufus Wainwright, un gran pianista y un guitarrista peculiar (rasga la acústica sólo con el dedo índice). No llegó a conectar con el público, por repertorio y porque el infinito ‘run run’ de tasca de bar impedía crear ambiente. Para colmo, se equivocó en la versión de «Hallelujah» de Leonard Cohen. «Sorry. Jet lag», se excusó. No faltó «Cigarretes and chocolate milk», presentó dos temas de su próximo trabajo (uno de ellos dedicado a Nueva York, de extrema complejidad técnica con el piano) y se fue con el cachirulo (pañuelo típico) con el que saltó al escenario.
Le sucedió Russian Red, la nueva musa del indie español. Tiene canciones realmente bellas y una voz peculiar pero que aún no sé si romperá a imprescindible o a cargante. Eso sí, se supo rodear de una banda más que eficaz, con arreglos precisos que consiguen su objetivo: evitar el barroquismo y potenciar la simplicidad de las melodías de su primer trabajo I love your glasses (Eureka, 2008). Y para despertar y despedir el festival, el pop potente y oscuro de CatPeople, aunque para mí, el FIZ ya había acabado.